Pues sí, recuperado mínimamente en lo físico, que en lo
anímico está costando algo más de la cuenta, habrá que intentar pasar los
apuntes a limpio, aunque el concepto de libreta forofogoitia tenga dueño y no
pretenda, ni mucho menos, tener problemas de derechos con nadie ni intentar
emular al bueno de Iñaki.
A diferencia de lo que suelo hacer tras cada partido, ni me
molestaré en analizar el encuentro, la final, porque qué más dará ahora quién
jugó mejor o quién peor. Poco arreglaremos ya, y a nada bueno contribuyen
algunas de las críticas -pocas, es cierto- más aceradas que he podido leer, que
ha sido escaso, quizás por la necesidad de coger cierta distancia ya sobre lo
sucedido e intentar cargar la batería del ánimo y las ganas, de reverdecer
sensaciones, volver a pensar que queda otra final, que tampoco será sencilla,
pero que en fútbol todo es posible.
Ahora mismo se aprecia la moral de la tropa rojiblanca por
los suelos, fruto del frenazo a una euforia quizás desmedida, por una confianza
ciega en el que se había convertido en el equipo de moda del fútbol europeo.
Los nuestros, seguramente por la mezcla de bisoñez con falta de experiencia y el
exceso de responsabilidad, al saberse representantes de los sentimientos de una
Bizkaia desbocada y teñida de rojiblanco, no fueron ellos, no supieron competir
atenazados por los nervios y lo transmitieron a la grada. Molesta, también,
escuchar a algunos criticar el comportamiento del público que acudimos al Arena
Națională, sobre todo por parte de quienes desconocen los avatares sufridos por
los aficionados que tuvieron que desplazarse en las peores condiciones para
seguir al Athletic al fin del mundo. Es difícil imaginar que llegar al fin del
mundo cueste más que a Bucarest, ciudad cuya propuesta quedó en evidencia
dejando a la UEFA a la altura del grupo de gentuza de que se trata.
Llegar hasta la capital rumana costó Dios y ayuda a la
mayoría de los que hasta allí nos desplazamos, no sólo en euros, sino en todos
los ámbitos. Al esfuerzo económico se suma el gasto de días de vacaciones, de
horas de sueño, tiempo de desplazamiento, nervios, quejas y protestas, horas de
encierro en autobuses, una ciudad colapsada por el tráfico… Todo para que nada
más acomodarse en el Estadio se evidenciara que el Athletic ni estaba… ni se le
podía esperar. Porque esa fue la sensación desde pronto, bien pronto, en cuanto
se vieron los primeros compases, certificados por el golazo de un hipermotivado
Falcao que mordía hasta a sus propios compañeros.
Hay quien en un ejercicio más de garrafón periodístico que
de crónica razonada habla ahora de lecciones de Simeone a Bielsa, pero el
fútbol tiene, afortunada o desgraciadamente, muchos matices, que hacen que un
encuentro se decida por detalles, por pequeños o grandes fallos, como los de
Amorebieta y, sobre todo, por los grandes aciertos, como el chutazo que dio
origen al primer gol. Ahí murió la final, demasiado pronto, pero el tanto fue
una puñalada en los nervios de un equipo atenazado y no merece la pena meterse
en disquisiciones tácticas o exámenes sobre el rendimiento físico de un equipo
que, una vez más, no paró de correr hasta el último instante.
Ahora que según escribo contemplo la entrada para el día 25
para la grada norte del Vicente Calderón, recién sacada esta misma mañana tras
gastar otros ochenta euros más (¡Athletic, me estás arruinando!), me vienen ya,
poco a poco, las imágenes de lo vivido en las 60 horas de viaje, de odisea.
Rememoro lo vivido y empiezo a recuperar la sonrisa. Desde la salida en Loiu el
martes en un aeropuerto bicolor, rojo y blanco, colapsado y, contra la
costumbre habitual, ruidoso a más no poder, hasta la parada en Roma para comer,
puesto que el cuerpo así lo requería. Al fin y al cabo, si para ir a Madrid
siempre ha sido costumbre parar a comer en Aranda, un desplazamiento tan largo bien
merecía un receso de ese nivel. Nunca estuvimos solos, además. Por muy kafkiano
que pareciese el desplazamiento en la más enrevesada combinación imaginable desde
Euskadi hasta Bucarest, había aficionados del Athletic.
Tras la pizza de rigor y el carísimo café latte a la sombra
del Coliseo, volvimos a Fiumicino contra el malvado pronóstico de JuancarLatxaga, para acompañados por un numeroso grupo de zurigorris -que
bien se dejó notar- arribar dos horas después en el Henri Coada.
Localizado el medio de transporte correspondiente, una furgoneta contratada con antelación a mejor precio que los taxis locales – sus conductores lo mismo podían ser taxistas que los padres del tocomocho- y registrados en un hotel que había sido reformado por última vez el día de la primera comunión de Ceaucescu, tocó salir al centro, al casco histórico.
No fue necesario mapa. Bastó con algo de orientación y por
dejarse guiar por el sonido. Pronto empezamos a ver conocidos, a saludar a unos
y otros, para acabar cenando en una zona animada por las voces y guitarras del
grupo Indarra, que crearon un bonito ambiente rodeados de un heterogéneo grupo ,
donde lo mismo había gente joven que esos de siempre, los que ilustran las
crónicas de cada desplazamiento europeo. No puedo resistirme en destacar a Juan
Antonio Zuluaga, uno de los tertulistos de la teletienda de la más local de
nuestras televisiones, que hizo una vez más gala de su elegancia.
La ausencia de alcohol en la cerveza nos obligó a migrar
hacia el centro histórico. Y eso fue ya un no parar de saludos, abrazos, choque
de manos. Impresionante. Para las doce de la mañana a los poco previsores
rumanos se les fueron acabando las cervezas y, según dijeron, los cambios, por
lo que aplicaron el redondeo con más velocidad que Mariano las reformas. Todos
los precios múltiplo de 5 Leis.
Fue lo mejor, sin duda, de los dos días vividos. Tomar el
centro de una ciudad, llenarla de los colores rojiblancos, de ikurriñas, rodearte
de conocidos, de amigos, de compañeros de la universidad o de trabajo. Cánticos
y más cánticos, euskera por doquier. Y la extraña ausencia de los hinchas atléticos,
¿dónde estuvieron?
El móvil, que encendíamos puntualmente para intentar economizar
batería, se llenó de Tuits y mensajes de WhatsApp. De Igor, Koldo, Edu, Iñaki; más los de Txus, Txusi, Ale, Santi, Ramón o de Natxo, que seguro que viviría la final
explicándole a Asier que no se preocupe, que él sí verá al Athletic ganar una
final europea. También los retuiteos de Kenneth, cuya mala suerte en los sorteos
evitó que pudiese tenerle cerca en Rumanía.

Y empezaba lo peor, afrontar los tres mil kilómetros de
vuelta, dos escalas, Treviso y Barcelona, y casi dieciocho horas por delante.
La cena, en una terraza del centro, nos permitió descubrir que por la ciudad
también existían hinchas del equipo rival, que solo se dejaron ver tras la victoria,
con escasa alegría. “Cucarachas”, dijo alguien.
Antes de partir hacia el aeropuerto, cuando nos disponíamos
a recoger el equipaje del hotel, pudimos comprobar, también, la existencia de al
menos uno de los perros callejeros rumanos, que alejado de fiereza o peligro y
más bien buscando una adopción, nos persiguió bastantes metros, esperó tumbado
a que saliésemos del hotel y quiso venirse con nosotros en el taxi.
El aeropuerto puso de manifiesto cómo la organización de la
final sobrepasó a la ciudad y a la UEFA. Retrasos inasumibles en los charters,
colapso en los accesos y la afición descansando tumbada por cualquier esquina
de la terminal. Nuestro vuelo, de esos de low cost, como los otros cuatro que
tomamos, salió con absoluta puntualidad, y tras un sueñecito a la sombra cerca
de Venecia y una posterior comida en Barcelona -que recibiría con ciertas
reservas el plácet de Felipe-, nos devolvió a una Bizkaia tropical, tristes,
desconsolados, cansados y alicaídos.
Toda una vivencia, dos largos días que comenzaron con toda
la esperanza y que acabaron con el peor de los finales; en los que ha habido
lugar para la risa y para el llanto; para la esperanza y la decepción. Era una
locura, barata, pero locura, y en la que gocé de la mejor compañía, la del
único capaz de dejarse embarcar en la aventura de un loco. Como dicen los
compatriotas de Marcelo Bielsa, esos que tan bien representa Héctor en este
blog, ché, ¡qué bueno que viniste!. Beraz, eskerrik asko,
pintxito, bat zor deutsut.
La camiseta de Zuluaga es de un conocidísimo diseñador de Timisoara, así que menos bromas con su estilismo
ResponderEliminarPara la próxima ya te dejo una libreta de las mías ;-)
ResponderEliminar... pues que dificil me resulta escribir Gontzal.
ResponderEliminarA las pocas horas de terminado el juego, he colgado de mi Facebook una foto de Fernando Llorente con los ojos rojos del llanto y una cara que te partía el alma y he escrito: "Porque no es cierto que la historia la escriben los que ganan ... No las historias que a mi me interesan".
Debo confesar que he llorado yo también. Quizá sea cierto eso que decía otro gran rosarino, Roberto Fontanarrosa: "uno se vuelve viejo y pelotudo" ... el punto es que a 48 horas vista, sigo con una tristeza que es difícil de explicar para un "extrapartidario" como yo, del cual se supone que mis emociones deberían estar en otro sitio. (que lo están, claro)
Una amiga de la "Casa de la Cultura Vasca" en Buenos Aires me firmó la foto y me ha escrito: Héctor, para mi todo esto sirvió de mucho. Ha sido un gran avance en poquisimo tiempo para el equipo de Bilbo. Sirvio para recordarle al mundo entero quienes somos los vascos"
De los cretinos que hablan de "lecciones" ni vale la pena recordarlos en estas lineas que son puro sentimiento. Simeone no puede darle lecciones de nada ... a nadie.
El partido ha venido de culo y el Athletic no ha podido hacer pié jamás,
pero eso ya es material para la estadística ...
NO! ... no fué una euforia desmedida Gontzal, te lo aseguro.
NO si aun me dura la tristeza y la pena cuando te escribo esto.
NO si ha sido indudablemente el Athletic, el mejor equipo del Torneo.
NO si tus jugadores regan la hierba con su llanto.
NO si la afición ha peregrinado como lo ha hecho.
No si dentro de 30 años, nadie se acuerde del ganador .. y todos los aficionados al futbol nos acordemos de este Athletic.
NO mientras el orgullo sea una virtud.
Quizá ahí esté el secreto de porque me ha pegado como propia esta derrota.
Son ustedes, afición y jugadores del Athletic, portadores de cuestiones que -orgullos aparte- conciernen a las cosas del alma, a los sentimientos, a las tradiciones, a todo lo que golpea fuerte dentro del corazón!
Me saco sangre del brazo derecho y te lo firmo che!
Aupa Gontzal ... Gora Athletic! beti zurekin!
Soy de los que pienso que las finales son para ganarlas, no para perderlas, pero también es cierto que, con calma, mesura y tiempo, este Athletic será recordado por la excelente trayectoria en la Europa League. Hemos perdido una final, pero hemos recuperado a muchas generaciones que no han vivido esto. Poniendo estos dos conceptos en la balanza y sin ningún género de duda HEMOS GANADO.
ResponderEliminarY todavía nos queda el 25...
Y tenemos un equipo joven que nos va a dar muchas alegrías...
BETI ZUREKIN!
No queda más que levantarse y ganar la final del 25 en la que, si no se tuerce nada, espero estar en viaje relámpago.Yo me había imaginado pasear por Donosti el jueves con mi camiseta zurigorri pero...eso sí el jueves, en mi trabajo, en mi ordenador sonó alto y fuerte el himno; algunos-generosos- me dieron el "pésame" y otros callaron. Es triste pero es cierto, en esta ciudad hay un buen número de seguidores de la Real Sociedad y prensa o similar que lo que les pone es que pierda el Athletic, no que gane su equipo.Acomplejados y envidiosos que para sí quisieran lo que es y mueve el Athletic.Su miseria es nuestra grandeza.
ResponderEliminarPor lo que cuentas, Gontzal, Bucarest no parece uno de los mejores destinos turísticos posibles y uno se queda ojiplático al pensar que es un país de la UE, alguien les tuvo que dejar entrar.
La camiseta de Zuluaga más bien parece que terminará siendo de culto, en ebay se pagaría bien
Bueno, ya he encargado una camiseta como la de Zuluaga para el Sr. Latxaga. Será la sensación de la avenida Basagoiti.
ResponderEliminarIñaki, me conformo con leer la tuya ;-)
Contini, a ver qué pasa el 25, no lo sé, espero que los que tienen como lider davidiano a Oier Fano no tengan nada que celebrar ese día, pero no deja de resultarme curioso que alguien de Gipuzkoa pueda desear antes la alegría de quienes jalearon el asesinato de Aitor Zabaleta al de alguien mucho más cercano.
Héctor... no sé, a veces pienso que con el exceso de sentimiento hacemos que el equipo se atenace. Pasó en Valencia hace tres años, algunos jugadores después de lo vivido en el autobús hacia el campo sufrieron una excesiva responsabilidad.
Jorge, a ver si nos vemos en Madrid después del partido para celebrar un título, que nos lo merecemos, karajo!