Si alguien se hizo ilusiones con el tempranero tanto de
Aduriz, tras una finalización brillante a un sutil toque de puntera de De Marcos,
quien consiguió filtrar el mejor pase de gol de la noche, pronto se afanó la troupe
rojiblanca en atragantar la semifinal. Resultó, además, doblemente doloroso,
por aquello de la ilusión que se genera en la Copa, y ahí está el registro de aforo
para un partido a una hora intempestiva para demostrarlo, y porque se constató
que los problemas del Athletic llegaron hace mucho y para quedarse.
Que el equipo no venza en casa desde noviembre ni en Liga ni
en Copa denota un problema importante en un equipo desnortado, desmoralizado,
despistado, que no sabe a qué atenerse, que no juega a nada y que permanece
sostenido por el excepcional rendimiento de un jugador brillante que desde ayer
ya ha comenzado la cuenta atrás para los treinta y cinco.
Quiso Valverde, seguramente por obligación, retocar el once,
darle algo de manejo de balón al centro del campo alineando a Beñat donde mejor
ha rendido esta temporada, en el eje del equipo. Pero ni aun así. Y es que las
soluciones improvisadas difícilmente suelen funcionar si recurres a ellas más
por descarte que otra cosa, puesto que el jugador se contagia del escepticismo
del entrenador y da lugar a actuaciones descafeinadas, con aciertos y notas
positivas, pero con lagunas importantes.
Lo mismo sucede para el lateral izquierdo. Ahora resulta
sencillo el análisis, poner a Aurtenetxe como chupa de dómine y justificar que
el entrenador no lo alinee. Pero la responsabilidad de que el invento no cuaje
viene motivado por las decisiones anteriores del técnico, por la errática
gestión de la plantilla, que ha derivado en que el plantel sea menos
competitivo que antes. Porque no pudo ser poca la presión del lateral
zornotzarra ayer sabedor que jugaba por no existir más opción, obligado por las
circunstancias, forzado a demostrar obligatoriamente algo. Y ahí Aurtenetxe se
mostró nervioso, superado por la presión ante la necesidad de reivindicarse,
aderezado todo ello con un fallo garrafal, injustificable en la élite e inexplicable
en alguien que tenga conceptos básicos de lo que debe ser un despeje en área
propia.
Pero aunque los problemas se evidenciaron con el gol del tal
Víctor Sánchez, una pesadilla, habían empezado antes, al cuarto de hora de
juego, cuando en ventaja, en el momento en que tocaba saber gestionar el
partido, el Athletic se veía superado, incapaz de mantener la posesión, de forzar
al Espanyol y buscar con tranquilidad la portería rival salvaguardando la
propia. Ni tan siquiera necesitaron los pericos llegar con peligro, les sirvió
esperar a que el Athletic se pillara los dedos con la puerta, se cociera en su
propia salsa, en ese no saber adónde ir cuando te regalan la posesión del
balón, momento en el que San José acaba demostrando las lógicas carencias, y
dónde se vuelve a poner de manifiesto que la línea de tres que acompaña a
Aduriz en ataque ni tiene fútbol ni cabe esperarlo. Porque si desespera Susaeta
y enerva Muniain, el rendimiento de las probaturas de Valverde para darles
relevo hacen ver el panorama oscuro.
Todo ello cuando Iraola y Gurpegi, válidos por muchos
motivos pero que evidencian que los años fuerzan los finales de carrera, cuajan
actuaciones grises, en línea con todo el equipo. Podemos consolarnos, pensar
que sí, que seguimos vivos en tres competiciones. Y ya veremos por cuánto. Pero
parece más que razonable seguir preocupado y dejar claro al equipo que el nivel
de exigencia sigue donde estaba, que la actitud puede ser un salvoconducto a
pesar de una goleada contra el Barça, pero ganar en casa, conseguir una vitoria
en Copa, o vencer en Granada parecen obligaciones mínimas para un equipo de
fútbol profesional.
Y lo cierto es que ni los jugadores están dando el nivel
mínimo ni Valverde se está mostrando como un técnico con capacidad para sacar
rendimiento a un plantel llamado a, cuando menos, no deambular por las zonas
más pobres de la tabla.
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