No pudo ser, una vez más., y no por ser previsible dolió
menos. El retorno del último éxodo rojiblanco lo decía todo. Cientos de
autobuses, miles de coches, apilados en la autopista, muchos de ellos aún
engalanados con pinturas de guerra, atestados de ocupantes con caras de circunstancias
y sonrisas ausentes. Kilómetros y kilómetros de vuelta, la mayoría de ellos en
silencio. Soportando estoicamente la densidad del tráfico, las aglomeraciones
de los peajes y las injustificables colas en las gasolineras que ponían en
evidencia la indignante falta de previsión. A casi nadie le apetecía hablar.
Sensaciones conocidas, recientes. Una distancia muy larga, una experiencia ya
conocida -que ya fue dura la vuelta de Valencia en 2009 y no digamos nada el
retorno desde Bucarest-, da para repasar el partido varias veces, lamentar la
falta de suerte, la ausencia de acierto, la incapacidad de competir mínimamente,
de hacer frente a esa multinacional del fútbol en estado de gracia, de ponerle
en aprietos si quiera unos minutos.
Se había vuelto a ganar la final en la calle, tomando al
asalto la ciudad del rival, tiñendo cada rincón de Barcelona de rojiblanco, de
orgullo euskaldun, de cómo se vive el deporte animando a los tuyos sin
necesidad de faltar al rival, sorprendiendo sólo a extraños, pues los propios éramos
conscientes de que el desembarco en la Ciudad Condal iba a ser histórico. No
hacía falta, pero siempre viene bien. Ante todo, sentido de pertenencia y mucho
más, si cabe, del humor. Porque quizás sería bueno que alguien se dedique a
coleccionar la innumerable relación de ocurrencias. De vehículos, de
vestimenta, de artilugios y cachivaches, pancartas, leyendas, frases o
cánticos.
La constatación de que la afición zurigorri presente en las
gradas sería mayoritaria también llegó rápido, no hacía falta acudir al campo
para intuirlo, pero entrar en el Camp Nou y ver que aquellos con los que
compartes colores son capaces de dejar en minoría a los que maniobraron para
jugar con ventaja, en su casa, emociona.
Desplegadas las pancartas, soltados los gritos de ánimo
iniciales, y cumplidas las tradiciones de silbar aquello que venga en gana,
comenzó la tortura. La esperanza duró veinte minutos, que es poco, casi nada,
pero un mundo comparado con las sensaciones vividas en Bucarest o Manzanares. Y
es que el que no se consuela es porque no quiere. Esos veinte minutos, con
todo, dieron para evidenciar que la apuesta de Valverde, condicionado por las
circunstancias de tener un plantel en cuadro, no valía ni para neutralizar al
Barça ni para poner en valor las virtudes propias. Aunque resulte complicado
ahora hablar de virtudes, este Athletic las tiene y no pasan solo por tener la afición
más fiel de cuantas puedan existir.
Ni el marcaje individual de Balenziaga sobre Messi, ni el
refuerzo de Mikel Rico para el costado zurdo del mediocampo o el debut copero
de Bustinza valieron para casi nada, como probablemente tampoco hubiese servido
de demasiado contar con Muniain o de Marcos. Incluso, y valga esto como
respuesta al oportunismo, haber podido alinear a Herrera, Javi Martínez,
Llorente o Amorebieta. Que con estos ya se alcanzaron mínimos en lo que se
refiere a actitud a la hora en encarar una final.
Este Athletic no ha tenido suerte, al margen de que deba
reconocerse que a los nuestros la responsabilidad de las finales les puede.
Encontrarse en todas las finales coperas de la era moderna al Barcelona es una
dura casualidad. El único reproche que, seguramente, quepa hacerle a este Club
sea el excesivo número de años, veinticuatro, que pasó sin alcanzar la clasificación
para una final de un campeonato que antaño, y afortunadamente también ahora, le
tenía como casi un fijo de las finales.
Repasar quienes desde el año 1985 hasta
ahora han obtenido una copa de manos de algún Borbón pone en evidencia que el
camino es el marcado los últimos años, apostar por el torneo del KO como ningún
otro contendiente a sabiendas de que tarde o temprano llegará el tan ansiado
triunfo.
Hay quienes optan ahora por sacar la lista de reproches al
calor de la decepción o la tristeza. Quienes aguardaban el momento para pasar
factura al presidente por la designación del escenario, quienes recuerdan
oportunistamente las fugas de los que voluntariamente decidieron marchar o la
ausencia de unos supuestos refuerzos que cuesta encontrar en el mercado. Están
en su derecho, como no. Pero aunque se empeñen en aguar el vino, el Athletic
sale reforzado de esta derrota.
Y sale reforzado porque el orgullo athleticzale volvió a
aflorar en las calles de Bizkaia, en las gradas del Camp Nou, porque muchos
niños, entre ellos mi hija con dos años y medio, sin ninguna presión ni
influencia paterna, han aprendido que hay algo de nombre difícilmente pronunciable,
algo así como apeti, que hace que voluntariamente
pidas vestirte de rojiblanco como el resto y aprenderte una canción para subirte
a la ola de ilusión que vives alrededor.
El Athletic es eso. Ilusión, alegría, formar parte de algo
distinto, seguramente no mejor o sólo mejor para nosotros, pero sí distinto. Por
eso los aplausos y las lágrimas tras los noventa minutos llaman la atención a
los ajenos mientras los propios simplemente tiran de coherencia. Al fin y al
cabo si el voluntario respeto a nuestras tradiciones nos llevan a enfrentar a
gente de casa a todo un catálogo de mejor del mundo del fútbol, resultaría
incoherente abandonarles a su suerte en la derrota. No está de más, con todo,
recordar que hace poco más de tres semanas nuestro verdugo ejecutaba a otra
potencia balompédica que tenía al frente del puente de mando a un profundo
conocedor del Barcelona y que también fue incapaz de frenarlo.
Llega el parón, un parón de un mes en el que los despachos
empezarán a echar humo y donde Valverde deberá trabajar extra para afrontar la llegada
de una profusa relación de cedidos, algunos fichajes y, esperemos, algún
refuerzo. No es baladí la diferenciación entre fichaje y refuerzo. Ahora puede resultar
tentador solicitar al máximo regente de Ibaigane que afloje la chequera y se
dedique a apuntalar posiciones a base de convencer con planes de pensiones a
quienes el Athletic no resulta una opción atractiva de primeras.
Tiempo habrá para debatir, incluso para divertirse con las
más disparatadas informaciones sobre fichajes. Mientras , en cuanto en unos
días se pase el disgusto de la previsible derrota, quedará rememorar los buenos
momentos de otra final en la mejor de las compañías.
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