Si la duda entre semana era si el Athletic sería capaz de igualar
la intensidad con la que tradicionalmente suele encarar la Real los partidos,
la respuesta en ese aspecto fue satisfactoria. Los rojiblancos encararon el
encuentro con la mejor de las actitudes, con las dosis de agresividad y
capacidad de pelea necesarias, al punto de anular el potencial de creación de
los txuriurdin, que tienen en su centro del campo una acumulación de calidad
muy superior a la media de la liga.
Fue mejor el equipo de Valverde en la primera mitad, dominó
más, peleó mejor, anuló las virtudes del contrario e impuso su estilo. En el
debe queda la necesidad de conseguir traducir el dominio en ocasiones de gol y
en poder rentabilizar las ocasiones, demasiado escasas ayer como para afirmar
que se hicieran los rojiblancos acreedores al triunfo.
Tampoco la Real, cierto es, que no dio grandes señales de
vida hasta el final de encuentro, merced a que Moyes retrasó los cambios más
allá de lo compresible. Habrá que agradecérselo, porque la entrada de Bruma por
la banda zurda y la presencia de Jonathas en sustitución del temido Agirretxe –por
aquello de la vitola de goleador tras el hat trick de Granada- pudo costar el
puntito cosechado a base de pico y pala, mucho pico y pala, todo sudor, cero
talento.
Bien plantados estuvieron los de Txingurri en la
retaguardia, zona en la que venían repitiéndose
errores a lo largo de toda la campaña. Pero si acertado estuvo Laporte a la
hora se secar a Agirretxe, un partido al mejor nivel del de Agen, no le fue a
la zaga otro zurdo, Balenziaga, que consiguió que Vela, quien suele revolucionar
los encuentros por parte de la Real, pasase inadvertido.
La primera parte, por tanto, se consumió entre la intensidad
a la que el Athletic obligó a disputar el encuentro y las chispas que saltaron
entre Raúl García, Aduriz, Illarramendi e Iñigo Martínez. Y ahí surgió lo peor
del partido, como casi siempre que Velasco Carballo ostenta la responsabilidad
de impartir justicia. Árbitro sobrevalorado, mundialista por vaya a saber qué
méritos en los despachos, volvió a dejar como factura un arbitraje plagado de
errores graves aderezados con la chulería y prepotencia habitual en el
trencilla madrileño, que vaya a saber usted por qué, amnistió por dos veces al
exmadridista Illarramendi de irse a la
caseta antes de tiempo, una de ellas tras cometer pena máxima por golpear el
balón con la mano dentro del área con los brazos más separados del cuerpo que
los de un Cristo en una cruz. Hubo alguna jugada más para la polémica, por
manos o agarrones, más interpretables y que pueden parecer una cosa u otra en
función de los colores y las pasiones, pero la mano de
Illarra que se fue al limbo, no tiene explicación posible.
Primero, porque el árbitro la vio y la interpretó como involuntaria y, segundo,
porque el juez de línea debió de corregir a su compañero ante la nitidez del
paradón del mutrikuarra.
La segunda mitad deparó muy poco fútbol, muchos más balones
en largo y un trabajo inversamente proporcional a la calidad, con defensas muy adelantadas no aprovechadas al espacio y centrocampismo constante. Como si de una
vuelta al pasado se tratara, el Athletic practicó un juego más propio de la era
Caparrós, cuando Toquero simbolizaba como nadie las características del juego
rojiblanco. Ya lo había anunciado Valverde entre semana, que destacó de la Real
la calidad y de su grupo la intensidad. Así es y así parece seguir siendo, toda
vez que a Txingurri no se le escucha ya, como hace dos años, reclamar algo más
de juego a los suyos. Se ha hecho de la intensidad virtud y no parece que
exista propósito de mejorar el juego. Tan peculiar es el estilo de los vizcainos,
tan exigente en lo físico, que a un jugador con unas características propicias
para acoplarse, como Raúl García, le está costando adaptarse a las
particularísimas características de juego de este equipo.
Finalizando ya el ciclo de ocho partidos en escaso tiempo, a
falta del europeo contra el AZ y el doméstico contra Valencia, se encuentra el
Athletic en tesitura clasificatoria complicada. Aun cuando ya empiezan a sonar
los soniquetes de siempre entre los más ciclotímicos, no parece que haya
excesivos motivos para preocuparse. Primero, porque el calendario ha venido
caprichosamente complicado y el Athletic ya tiene descontados los encuentros
contra Real Madrid y Barcelona en casa, el siempre complicado derbi de Anoeta y la salida
maldita a Villarreal. Como mayor error del equipo en el balance queda, principalmente, el
inaceptable partido de Eibar.
Asumiendo que la disputa de competición europea siempre
descentra al equipo, que comenzar bien la liguilla continental es clave para
garantizarse el pase, vendrá a lo largo de octubre y noviembre la hora de la
verdad para el equipo. También para el entrenador, que ya lleva por fracasos
todos sus intentos de oxigenar jugadores, por aquello de su costumbre de dar descanso
al equipo como un cocinero da vuelta a las tortillas.
Recuperados Balenziaga, Iturraspe y Williams, va siendo hora
de dar tregua a De Marcos, Susaeta, San José o Beñat. Al fin y al cabo, el
otrora perenne Rico, el prometedor Lekue, un Eraso que apuntaba a titular antes
de que Urrutia saliese de compras, el internacional Iturraspe o el imparable
Williams, no deberían suponer una merma en el rendimiento colectivo si se les
da la oportunidad y se les combina con aquellos en quienes más confía don
Ernesto. Basta con repasar la alineación contra los reales, de Donostia y
Madrid, para saber quiénes son. Bueno, los que están en mente de todos.
Partido trabado y feo, faltó escuchar aquello de que el punto será bueno si ganamos al Valencia el domingo para ser devueltos al 2011.
ResponderEliminarLa mano del txabalote de Mutriku es muy clara y su segunda amarilla, también, lo que pudo y debió cambiar el resultado.
El jueves tocan rotaciones, otro experimento más que, me temo, terminará como el rosario de la aurora. El que vaya a Alkmaar que nos traiga un queso, por favor.
Pues como vuelva a hacer una de esas rotaciones totales, que nos vuelvan a pillar confesados.
ResponderEliminarUn poco de cordura, don Ernesto, si us plau.