Dolió no solo por eso de perder dos puntitos en el último
estertor del partido, que también, como cuando de madrugada, a la vuelta de una
juerga, pierdes por unos segundos el metro y la frecuencia de paso es cada media
hora, sino por las formas, por aquello del verlo venir.
El Athletic acabó con las posaderas defensivas sobre la
línea de cal que determinaba su área grande y así, aun cuando el Deportivo no
había dado muestras de una gran voracidad ofensiva, las probabilidades de
encajar goles siempre se maximizan.
Es lo que tiene fiar todo tu fútbol a la efervescencia, a la
intensidad, al abordaje, abandonando por completo el concepto de buen fútbol –que
no tiene nada que ver con el tiki-taka, por cierto-, de la pausa, del saber qué
hacer en cada momento no ya sólo con el esférico, sino con el partido en
general. Eso de la gestión de los tiempos.
Ver a Beñat, por ejemplo, el llamado a manejar con cordura
la manija en el centro del campo, perder balones absurdos en las entregas para
dedicarse después, denodadamente, a recuperar balones en un constante ejercicio
físico baldío, pone de manifiesto hasta donde ha llegado este equipo.
Repite excesivamente Valverde en ruedas de prensa que la
seña de identidad de este equipo es la intensidad de juego. Y es cierto. Pero
resulta un error clamoroso apostar por ello como único recurso. Si los
planteamientos pasan por electrizar los partidos constantemente, se demuestra
que la única víctima de ello no es el rival, que el Athletic también acaba sucumbiendo.
Porque aunque el Athletic tenga a dos jugadores de la entidad de Raúl García o
Aduriz, estos también agradecen algo de pausa en el juego, no estar abocados,
constantemente, a un recibir balones en largo buscando su carrera, su juego al
espacio.
El justo resultado de Riazor vino más como consecuencia del
demérito rojiblanco que del buen hacer de los gallegos. Porque los goles
encajados por los rojiblancos fueron evitables, por un fallo de marca de Laporte
el primero y principalmente el segundo, donde además del mal hacer de todas las
torres zurigorris en defensa, el balón circuló del centro a banda y de banda a
centro con una fluidez inaceptable.
Y no es cosa de reivindicar a estas alturas un tardío
caparrosismo, ni mucho menos, pero defender un tesoro como un cero a dos fuera
de casa merece, por lo menos, alguna tarjeta amarilla más en el haber del
equipo, algo de agresividad bien entendida.
Al igual que los cambios, realizados por el entrenador no sé
si mal, pero sí desde luego tarde. Tarde porque el equipo ya evidenciaba desde
poco después de marcar el segundo tanto que le faltaba la frescura necesaria
para llevar a cabo ese fútbol que plantea.
Y se echa de menos algo más de imaginación desde la
dirección del equipo a la hora de abordar las sustituciones que el mero hombre
por hombre, casi siempre, además, previsibles. Se echa de menos variaciones tácticas
en defensa, en el propio centro del campo. La solución a las malas decisiones
de Williams, que marcó un golazo y poco más positivo pudo aportar, no pasaban
por su cambio por Sabin Merino. El equipo necesitaba otra cosa, algo más allá
de velocidad acompañada de inexperiencia. Los rojiblancos demandaban pausa en
el juego, posesión, y capacidad de cortar el juego deportivista con
contundencia. Sin embargo, para cuando Txingurri movió los peones la diferencia
en el marcador era ya mínima y la enmienda a la totalidad planteada por Sánchez
del Amo mucho más efectiva.
No se puede fiar todo a la contundencia rematadora de
Aduriz, al trabajo de García, a la improvisación, a fiar a que Susaeta o
Williams tengan un momento de inspiración en su particular fútbol de ley del
embudo.
Es cierto que el calendario liguero ofrece ahora encuentros
que, seguramente, permitirán al Athletic, sin grandes esfuerzos, consolidarse
en la parte media alta de la tabla. Pero también lo es que lo seguirá logrando
a base de un fútbol que ni enamora ni entretiene, que está a distancia sideral
del que por potencial el equipo podría practicar.
Y es precisamente eso lo que penaliza. Pero como esto vuelve
a coger velocidad de crucero, mientras rumiamos con rabia los dos puntos tirados
por la borda en Riazor por no saber gestionar ventajas –ya dilapidó este grupo
otro 0-2 a domicilio contra el Zilina-, en un ratito estaremos, de nuevo,
presenciando qué da de sí el equipo en su próximo enfrentamiento europeo.
Servirá seguramente para calibrar, entre otras muchas cosas, pero
principalmente si Valverde continua con su particular visión de que el reparto
de minutos entre los jugadores se debe hacer a base de volantazos o combinando
la participación de los menos habituales con quienes más minutos llevan sobre
sus piernas.
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