Era de esperar que llegase, y llegó. A tanto partido
plácido, con el Athletic desarbolando a los rivales, le sucedió una especie de
guerrilla urbana más propia de otros tiempos por estos lares. El Espanyol, que
había tenido tiempo de preparar el partido, refrescar a sus hombres para la
batalla y estudiar a conciencia las virtudes de los rojiblancos para armar la
estrategia que les frenase, pudieron salirle bien las cosas si no hubiese
mediado el sensacional estado de forma, físico y anímico, por el que pasa la
tropa de Txingurri.
A los siempre complicados partidos que el Espanyol siempre
plantea en La Catedral, uno de esos equipos que, vaya usted a saber por qué,
siempre se le atragantan al Athletic, se le unían las escasas horas para la
recuperación merced a los horarios que impone el inefable Tebas, otro de los
amigos de la causa; el siempre temido y temible viento sur, acompañado de
temperaturas extremas –y si no, que se lo pregunten a los runners que sufrían a esa hora por Donostia-; y de otro más de los
inaceptables arbitrajes de Undiano Mallenco, que siente por el Athletic la
misma simpatía que los de su familia política por Uxue Barkos.
Así las cosas, pronto asomó la patita el equipo perico, cuya
estrategia pasaba por aplicar hormigón, un despliegue físico máximo, con todo
lo que ello implica, y con la prioridad máxima de no dejar jugar –ni disfrutar-
a Beñat. A ello se aplicó Víctor Sánchez, repartidor de estopa a mansalva con
la anuencia del tardorequeté navarro.
Cuando Williams marcó el tanto del año en San Mamés, allá
por el ocho de partido, todo parecía que tomaba el discurrir de días
anteriores. Pero no pudo ser. Primero porque el Athletic no consiguió ver
puerta en sus mejores minutos, y porque Undiano, siempre él, quiso allanar el
camino a los españolistas escamoteando un penalti sobre Sabin Merino.
El partido, tenso a más no poder, que despertaba el interés
más por la incertidumbre del marcador que otra cosa, se complicó sobremanera
cuando en la reanudación, tras una falta mal ejecutada por Beñat, mal enmendada
por él mismo, que no quiso forzar la consiguiente falta que permitiese al
equipo rearmarse, y por la flojera general, primero en la presión de Susaeta y en
la escasa tensión defensiva,
principalmente de un Etxeita que no acostumbra a aparcar la agresividad.
Feas a más no poder las cosas, sin circulación de balón, con
un Beñat sin brújula y desesperado, más pendiente del desatino de Undiano que
de la remontada, la incertidumbre era máxima porque aun cuando no se producían
ocasiones, la sensación era que en cualquier momento una jugada aislada, una
decisión arbitral, podían romper el encuentro.
Afortunadamente, como casi siempre pasa con los equipos
enrachados, la suerte cayó del lado zurigorri, en un balón de esos a probar
fortuna que envío Susaeta por alto y hacia el área. Allí apareció otro de los
titanes que han protagonizado el resurgir de los leones en liga. El tal García,
cuyo fichaje ya no discute prácticamente nadie. De aquella manera consiguió
enviar el balón a la red, de cabeza, sorprendiendo a propios y a extraños,
llevando el respiro a todos los que sentían ayer en rojo y blanco, empezando
por el banquillo, que lo veía complicado.
Se sucedieron unos minutos infernales, largos a más no
poder, feos en lo futbolístico, pero que no supo aprovechar un Espanyol que no
supo inquietar, principalmente por el trabajo colectivo del Athletic, donde
destacaron San José y Balenziaga, un partido de bigotes el que se marcó el de
Zumarraga. A ello se unió que Undiano plegara velas, que ya había colaborado
suficiente y si el Espanyol no había sabido aprovecharlo, no sería él quien
dejase demasiadas huellas, que por si algo se caracteriza él es por esos
arbitrajes sibilinos que minan pero sin protagonizar los minutos de los escándalos
en las moviolas.
Celebraron los rojiblancos el final del partido de manera
notable, seguramente por los tres puntos y por alcanzar el periodo de descanso,
merecidísimo, y que tan bien vendrá a un grupo que llegó al encuentro de ayer domingo
justito de reservas.
Estas dos semanas de parón deben dar de sí para mucho. Por
ejemplo para ir recuperando efectivos disponibles, que falta harán. Para
oxigenar a Aduriz, Raúl, Beñat y Williams, cabezas de cartel que eclipsan el
trabajo sordo, gris pero clave de Balenziaga, de Marcos, San José, Etxeita y
Laporte.
Y para, si se puede, acabar de amarrar la renovación de
Williams, toda vez que el chaval ha respondido a la apertura de negociaciones
abriendo la tapa de las esencias goleadoras, protagonizando espacio mediático,
menos de lo que merece y más de lo que conviene.
Pinta bien el Athletic, por fin, habiendo llegado la línea
de juego y resultados que algunos esperábamos a raíz de la victoria en la supercopa.
Porque el equipo parece creer en lo que hace, confía en sus virtudes, a
sabiendas de que sus características pueden ser letales si se sigue acompañando
de pelea, de ese ritmo salvaje que solo ellos son capaces de imponer en los
partidos.
Por eso reconfortan triunfos como los de ayer, de esos en los que no
se puede rehuir el frente a frente, que demuestran qué equipos se arredran y cuáles
no. Evidentemente, reconfortan siempre que sean excepción y la regla sea la
marcada frente a Valencia, Sporting o Betis.
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